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Clubes y barras: Alianza Lima y Universitario de Deportes
 
Aldo Panfichi y Jorge Thieroldt (Edicion: Azvl – Edson)
 
Este artículo examina el papel del fútbol en la generación de identidades emocionales, rivalidades sociales y prácticas confrontacionales entre grupos organizados de aficionados. Se argumenta que a lo largo del siglo XX estas identidades y prácticas se han convertido de manera paulatina en uno de los mecanismos más importantes de diferenciación social y cultural en la sociedad peruana; diferenciación que hoy atraviesa las tradicionales fronteras de clase, etnicidad, comunidad e incluso género, y que en las ultimas tres décadas ha adquirido paradójicamente un carácter más confrontacional y antagónico. Este argumento se desarrolla mediante un ejercicio comparativo entre los orígenes y las características fundacionales de las identidades de los dos clubes más importantes del país —un proceso que se ubica en la primeras décadas del siglo XX— y los orígenes y la evolución de sus grupos organizados de hinchas o barras, los cuales reformulan y expanden estas identidades fundacionales, sobre todo en las décadas finales del siglo XX.
 
Identidades fundacionales (1900-1930)
La práctica del fútbol se inicia en el Perú, como en otros países de América Latina, a fines del siglo XIX, cuando comerciantes ingleses asentados en la ciudad de Lima, y peruanos de las élites que habían seguido estudios en Europa, fundan los primeros clubes dedicados a la práctica de este entonces novedoso deporte. Casi de inmediato, los sectores populares mostraron interés y entusiasmo por el fútbol. Aprender y jugar fue fácil: bastaba rellenar una media con trapos viejos y encontrar un terreno vacío. A inicios del siglo XX, las heridas de la Guerra del Pacifico aún estaban vivas, y los debates sobre las razones del fracaso bélico y la viabilidad del Perú como nación eran parte importante del quehacer intelectual y las conversaciones cotidianas. Para muchos, el problema fue racial: el Perú lo habitaban razas inferiores poco aptas para el “progreso”, más aún cuando a la población negra e indígena se sumaba la inmigración china considerada por algunos como viciosa y decrépita (Portocarrero 1995).
Pero también fueron años de grandes transformaciones de la entonces tradicional sociedad peruana. En efecto, el Perú logró una relativa prosperidad económica debido a los buenos precios internacionales de algunos productos de exportación, principalmente la caña de azúcar y el algodón. Esta situación permitió, a su vez, el desarrollo de un temprano proceso de industrialización alentado por capitales ingleses, americanos e italianos. Lima creció demográficamente y modernizó su infraestructura urbana. En el campo de las ideas, el positivismo echó fuertes raíces en escuelas, universidades e importantes medios de prensa (Muñoz 2003).
En este contexto, el fútbol se difunde rápidamente desde los clubes de inmigrantes ingleses y jóvenes de élite hacia las escuelas públicas y las fábricas textiles, y de allí a los barrios populares de Lima (Álvarez 2002). La temprana pasión por el fútbol parece estar relacionada con el hecho de que permitió que grupos de individuos organizados en clubes pudieran competir en igualdad de condiciones por el triunfo, sin que el color de la piel, la capacidad económica o el linaje de los apellidos interviniesen decisivamente en el resultado final del encuentro. De esta manera el fútbol producía un hecho inédito: un espacio público gobernado por reglas igualitarias de competencia entre diversos colectivos étnicos y sociales, todos ellos integrados en la práctica de, y la pasión por, este deporte moderno, que al mismo tiempo expresaba las fracturas culturales, discriminatorias o clasistas de nuestra sociedad.
Dos clubes de fútbol, el Alianza Lima y el Universitario de Deportes, surgen en estos años como las identidades rivales y antagónicas “por naturaleza”. Esta rivalidad se ha incrementado sustantivamente hasta convertir el enfrentamiento entre ambos equipos en uno de los momentos de mayor diferenciación y polarización entre los peruanos de toda condición social. En efecto, las identidades fundacionales de estos clubes nacen fuertemente enraizadas en sectores sociales específicos y en una década específica: los años finales de la década del veinte. De un lado, trabajadores negros y mestizos detrás del Alianza Lima; del otro, estudiantes universitarios de clases medias y altas identificados con el Universitario de Deportes. Alrededor de ambos clubes se congregó un entorno (espectadores, periodistas, socios y trabajadores) que tuvo un activo papel en la producción y reproducción de sus identidades iniciales.
En momentos de gran confusión y cambios, desde estos núcleos o entornos rivales surgen versiones o relatos unilaterales sobre la actuación de los jugadores, que reducen la complejidad de la vida social imaginando una sociedad más simple y estática, donde negros y blancos, pobres y ricos, aliancistas y universitarios, no solo no se mezclan sino que se enfrentan sin que exista la certeza de quién obtendrá la victoria. Así, el fútbol permite reclamar pertenencias distintivas o proclamar exclusiones sociales.
 
El Alianza Lima
Son tres los factores sociales y culturales que confluyeron en la formación de la identidad inicial del club Alianza Lima: el sentimiento comunitario de barrio, la cultura urbana de la plebe negra y mestiza y la pertenencia a la clase obrera. Factores que integraron en una identidad futbolística común a individuos que, en el Perú de entonces, gobernado por rígidos criterios de estratificación social, eran considerados seres inferiores y despreciables. Sin embargo, estos mismos individuos, gracias al fútbol y la competencia en igualdad de condiciones, tienen la oportunidad de invertir el orden social y político vigente, y obtener aquellas victorias que resultaban imposibles de lograr en otras esferas de la vida diaria. La pasión popular por el Alianza Lima, entonces, al igual que el activismo de los sindicatos y las luchas obreras de inicios del siglo XX, sería una expresión complementaria de los deseos de integración al sistema político y económico de los pobres y excluidos de entonces.
En sus primeros años, el club Alianza Lima estuvo dirigido por sus fundadores (jóvenes, obreros y trabajadores) que provenían de los antiguos barrios pobres del centro de la ciudad. Algunos de ellos primero fueron jugadores y, luego, dirigentes. Conforme este club fue ganando reconocimientos por sus éxitos deportivos, se convirtió en uno de los símbolos positivos de la identidad afroperuana, y un medio para ganar prestigio y respeto individual y colectivo. También una forma de obtener dinero extra para complementar los magros ingresos que los jugadores recibían como obreros textiles, peones de construcción o choferes de transporte público.
Quizá por ello este club adopta una forma organizativa colectivista o cooperativa, donde algunos jugadores, crecientemente idolatrados por los hinchas, manejaron directamente el club sin mayor diferenciación de roles; una especie de comunidad o familia extendida fuertemente cohesionada por vínculos de amistad, vecindad o parentesco ficticio. Muchos jugadores fueron reclutados a través de redes étnicas o de barrio, y con una cultura de participación colectiva que los hizo conocidos como “Los Íntimos de la Victoria”: metáfora de un grupo de amigos y compadres entrañables que crecieron juntos en el barrio, haciendo adobes de barro o trabajando en las fábricas, capaces de vencer a cualquiera, incluso a los patrones o a los jóvenes blancos de los clubes de élite. Pareciera que el Alianza Lima de esos años cultivó algunas características organizativas a semejanza de las viejas cofradías religiosas de los esclavos negros o de las sociedades de ayuda mutua de artesanos y trabajadores.
Desde este núcleo social y cultural, el Alianza Lima, gracias a la habilidad de sus jugadores, se convirtió en el mejor equipo peruano de esos años, derrotando a los clubes locales y a los equipos extranjeros que pasaban por Lima en gira por América del Sur. La superioridad del Alianza Lima en el terreno competitivo permitió que los negros y mestizos reivindicaran su derecho a representar al Perú en el campo de juego. En efecto, cuando los clubes extranjeros vencían e incluso goleaban a los clubes peruanos, el Alianza Lima se encargaba de “defender el honor patrio”. De esta manera, desde los sectores urbano-populares, al igual que las guerrillas indígenas de los Andes centrales durante la Guerra del Pacífico, surge el actor social que gana “en la cancha” el derecho a representar a la patria. No hay que olvidar que estos son años de nacionalismo acrecentado. En el debate intelectual y político sobre las causas de la derrota en la guerra, se señalaba la ausencia de un Estado nacional, el carácter pasivo de las élites y la composición racial del pueblo —es decir, demasiados negros, cholos y chinos como para hacerle frente al ejército chileno—.
Sin embargo, desde la sociedad misma hay afirmaciones positivas de la idea de patria, como, por ejemplo, los numerosos clubes de barrio que se fundan por esos años con nombres de héroes o situaciones vinculadas a la guerra. También hay nuevos héroes y nuevas batallas, esta vez en los espacios públicos por excelencia que son los campos de fútbol, sean estos las calles, los potreros o los estadios; se trata de héroes populares capaces de ir más allá de lo imaginado, como vencer a quienes nos vencieron antes y hacer realidad el sentimiento de victoria.
Sin embargo, el éxito deportivo también provocó reacciones conservadoras y racistas. En 1929, el Alianza Lima fue suspendido un año de toda competencia por la Federación Peruana de Fútbol. El motivo: sus jugadores se negaron a suspender el campeonato local para dedicarse exclusivamente a preparar la selección nacional que jugaría el Campeonato Sudamericano de Argentina, argumentando que ellos necesitaban el dinero de las taquillas para vivir. Parte de la prensa conservadora acusó a los jugadores aliancistas de ser “anti-peruanos”, de pensar solo en el dinero y no en el “honor” de jugar por la patria. No faltó alguna personalidad pública que celebró las sanciones, diciendo que era bueno que los aliancistas no fueran seleccionados, porque así los argentinos no pensarían que todos los peruanos éramos “negros” (Deustua, Stein y Stokes 1986).
 
El Universitario de Deportes

El club Federación Universitaria (luego Universitario de Deportes), fundado en 1924 por estudiantes universitarios de sectores medios y altos, se convirtió rápidamente en el principal rival del Alianza Lima, tanto en el plano deportivo como en el simbólico, pues pasó rápidamente a representar a las élites modernas y cosmopolitas pero, sobre todo, a la población educada, de raza blanca, o con pretensiones de serlo. Al margen de este proceso quedaron los sectores más conservadores que preferían entretenimientos tradicionales como los “carnavales”, las corridas de toros y las peleas de gallos. La difusión de las ideas y prácticas modernas tuvo una gran aceptación en todos los sectores sociales. Las élites modernizadoras asumieron activamente la promoción del deporte, aunque muchas veces combinando ideales democráticos con prácticas tradicionales como el racismo, la discriminación y el derecho “natural” de ser consideradas superiores.
En efecto, la proximidad de clase de los estudiantes universitarios con las élites del país, junto con su calidad de estudiantes blancos, deportistas y “decentes”, le permitieron al club Federación Universitaria obtener favores y privilegios. Las autoridades deportivas aprobaron en 1927 la afiliación del recién formado club directamente en primera división, sin pasar por los torneos de ascenso como cualquier otro club. Es cierto que su afiliación se concedió luego de exitosos encuentros deportivos con otros equipos reconocidos, pero el hecho real es que no se respetaron los propios procedimientos instituidos por las autoridades. Esta decisión no correspondía con el principio de competencia en igualdad de condiciones que se pregonaba con el fútbol.
Son años en los que la juventud universitaria emerge en toda América Latina como un actor social y político que cuestionaba el orden y la enseñanza tradicional en la universidad, y que encuentra en el deporte una arena más para la expresión de sus actividades. La prédica por una juventud saludable y vigorosa, con sentido del honor y la decencia, y con la fuerza necesaria incluso para defender a la patria ante potenciales conflictos bélicos, formaba parte de los discursos modernizantes. En este contexto, el fútbol fue concebido como un medio para crear al “nuevo hombre peruano”, y las élites universitarias no podían estar al margen de ello; más aún cuando el fútbol, que se había convertido en el principal espacio público de competencia, estaba dominado por clubes de obreros y trabajadores, con jugadores negros y mestizos, que, a juicio de muchos, no representaban la modernidad cosmopolita a la que se aspiraba.
De esta manera, un importante sector de la población identificada con los ideales del progreso y la modernización encontraron en el Universitario de Deportes el medio para ingresar a la competencia deportiva con una organización y una identidad propia, que les permitió reclamar prestigio y superioridad también en este terreno. Desde un inicio, el club Universitario de Deportes se dota de elementos simbólicos, en especial sus héroes deportivos, que representan la antítesis de los bohemios, hábiles e idolatrados jugadores del Alianza Lima. Para ello se propusieron encarnar una conducta deportiva “modelo”, valorando positivamente el esfuerzo físico, la disciplina táctica, la fuerza en el juego y la “decencia” como rasgos principales.
 
La rivalidad y el clásico
 El primer encuentro jugado entre ambos clubes, el 23 de septiembre de 1928, constituye el hito fundador de la más importante rivalidad deportiva de la sociedad peruana, dando lugar al nacimiento de lo que hasta hoy se considera el clásico de los clásicos del fútbol peruano. Una contienda que se repite varias veces al año, y que reproduce el enfrentamiento entre dos comunidades consideradas antagónicas por esencia. Este primer encuentro fue suspendido a los 35 minutos del segundo tiempo, cuando el Universitario iba ganando uno a cero, luego de una pelea entre los jugadores que produjo la expulsión de 5 jugadores del Alianza Lima y 2 del Universitario de Deportes. Luego de este incidente, las peleas se generalizaron en las tribunas, cuando espectadores ubicados en la tribuna de preferencia lanzaron insultos racistas y golpearon con sus bastones a los jugadores del Alianza Lima, quienes ingresaron a dicha tribuna para responder con golpes a las ofensas.
Lo interesante es que estos partidos se viven como el enfrentamiento de dos identidades futbolísticas que representan formas opuestas de concebir y encarar la vida. Cada una de estas identidades está asociada a estrategias y estilos de juego propios. En opinión de fanáticos y comentaristas deportivos, el Alianza Lima se caracteriza por un juego donde predomina la habilidad y la destreza con el balón. Se trata, sobre todo, de ganar pero jugando “bonito”. La superioridad debe quedar así claramente establecida. El Universitario, por el contrario, apela a la rigurosa preparación, la fuerza, el coraje y el esfuerzo físico para acortar ventajas e imponer condiciones. Según viejos ex jugadores de la época, para enfrentar al Alianza Lima había que tener “empuje” para no dejarlos jugar y hostigarlos hasta “ganarles la moral”. Esta fue precisamente la estrategia utilizada por el Universitario de Deportes para sorprender a los hábiles jugadores del Alianza Lima y ganar el primer e histórico “clásico”. Un resultado que no fue aceptado por los Aliancistas argumentando que ni el árbitro ni las autoridades fueron imparciales. Versiones encontradas que siempre aparecen cuando se juega un nuevo clásico.
 
Identidades reformuladas: 1970-2000
 Las décadas finales del siglo XX en el Perú se han caracterizado por grandes transformaciones y convulsiones sociales y políticas. Un gobierno militar autoritario (1968-1979) implementó un conjunto de reformas redistributivas (reforma agraria, por ejemplo), al mismo tiempo que buscó reorganizar la sociedad de acuerdo a un modelo corporativista. Masivas movilizaciones sociales encabezadas por los supuestos beneficiarios de las reformas, confrontaron a los militares forzando la transición a la democracia y el retorno al poder de los partidos históricos del país (1979-1980). La democracia trajo enormes expectativas de progreso y mejora material; sin embargo, los gobiernos del partido Acción Popular (1980-1985) y del Partido Aprista (1985-1990), ambos de orientación centrista, culminaron en medio de profundas crisis económicas, agitación social y violencia política.
A inicios de los años noventa, la convergencia de una catástrofe económica, el avance de la violencia política y el descrédito de los partidos políticos e ideologías, crearon las condiciones para la emergencia de un profundo sentimiento antipolítico entre los ciudadanos; situación que aprovechó Alberto Fujimori, un desconocido candidato sin partido ni organización, para ganar sorpresivamente las elecciones generales de 1990 y convertirse en presidente del Perú. Fujimori, una vez en el poder, aplicó con dureza un programa de estabilización económica neoliberal patrocinado por la banca internacional y acentuó el poder militar con el objetivo de derrotar a la subversión. Los efectos de ambos procesos marcaron profundamente las características actuales de la sociedad peruana: mayor pobreza, prepotencia y corrupción. En este contexto, como señalamos en un artículo anterior, el fútbol fue tomado como un medio para canalizar rivalidades sociales; pero sobre todo como un espacio para el ejercicio de distintas formas de violencia física y simbólica por parte de grupos de jóvenes, en su mayoría pobres, organizados territorialmente en pandillas, y que compartían una lealtad futbolística determinada (Panfichi y Thieroldt 2002).
En esta oportunidad queremos prestar atención al proceso cultural que acompaña la formación y consolidación de las barras que siguen a los clubes Alianza Lima y Universitario de Deportes. Específicamente, nos interesa dilucidar cómo los grupos organizados de barristas heredan y cuestionan algunos aspectos de las identidades primigenias de ambos clubes, sobre todo sus identificaciones de clase y raza, para proponer elementos de identidad más generales e inclusivos que apelan a todos los grupos sociales. La propuesta de los grupos de barristas organizados tuvo un fuerte asidero en la realidad: ambos clubes ya habían trascendido sus fronteras simbólicas originales. Los discursos rezaban una cosa y la realidad otra: detrás de cada equipo habían hinchas de toda condición social, económica y cultural.
Para esto, los hinchas han conservado aquellos valores de las identidades fundacionales que hacen referencia a estrategias de organización y competencia (intimidad-corazón; empuje-garra), desechando anclajes de clase y raza. Así, los amigos y enemigos no se diferencian por su condición económica o color de piel, ni por la militancia partidaria o religiosa, sino por la aceptación o el rechazo de los significados que encarna cada una de estas identidades colectivas. Los esfuerzos de los barristas por superar los anclajes iniciales de clase y raza dieron lugar a fuertes luchas o rupturas generacionales al interior de las barras, formándose bandos antagónicos e irreconciliables, donde unos decían defender la manera tradicional o histórica de hacer las cosas frente a los que proponían “cambios radicales”.
El resultado de los cuestionamientos, a la larga, fue la pérdida de centralidad que sufrieron las referencias raciales, frente a la cada vez mayor importancia que cobraron los símbolos referidos a los estilos de organización al interior de las barras y las formas de competencia con las barras enemigas.
Hoy, la “intimidad” de los barrios de negros y obreros pobres se expresa mediante la representativa frase “Alianza Corazón”. En esta conversión hacia contenidos más emocionales, ha tenido un papel importante en la memoria colectiva de los hinchas el accidente aéreo del Fokker, que ha dado origen a discursos y representaciones de tragedia y renacimiento, de perdida y recuperación, que han cohesionado y vuelto aún más militante la devoción de los aficionados por este club (Panfichi y Vich 2004).
Del mismo modo, el “empuje” con el que los estudiantes universitarios de la década del veinte enfrentaron a los experimentados y bohemios jugadores del Alianza Lima, se expresa hoy en la representativa frase “Garra Crema”. Desde la fundación del club, esta estrategia de competencia fue encarnada por Teodoro “Lolo” Fernández, recordado como el “cañonero” del fútbol peruano por la potencia de sus disparos contra las redes enemigas y famoso por su correcta conducta dentro y fuera de las canchas. Ya en los años noventa, periodistas y analistas coincidieron en señalar a José “Puma” Carranza como el jugador que mejor representaba el ímpetu a veces violento de los nuevos pobladores de Lima, en su mayoría migrantes, informales y un tanto anómicos (De la Puente 1997). Actualmente, encontramos los rostros de ambos jugadores, símbolos del “empuje” de los universitarios, en las banderolas que los barristas cuelgan de las tribunas.
En este contexto, estas identidades reformuladas cruzan transversalmente todas las clases, grupos e instituciones, reclutando hinchas y seguidores, convirtiéndose en uno de los mecanismos más importantes de diferenciación y articulación en el Perú de hoy. Las barras organizadas expresan este proceso, sobre todo en sus aspectos más violentos.
 
Comando Sur
 La barra del club Alianza Lima fue fundada en 1972 con el nombre de “Asociación Barra Aliancista” por un grupo de jóvenes de clase media, empleados bancarios y residentes de uno de los distritos que albergaba a gente con alto poder adquisitivo en aquella época: Miraflores. Estos jóvenes, mayormente blancos y mestizos, se habían hecho socios del club atraídos por el estilo de juego y la bohemia aliancista. Inicialmente veían los partidos desde la tribuna más cómoda y costosa: “occidente” (preferencia), y es allí donde deciden fundar la barra. Para ello se organizan teniendo como referencia el comportamiento de los hinchas de otros países vecinos como Brasil y Argentina. Se trasladaron con banderolas e instrumentos a la tribuna popular sur, ya que según sus observaciones era esa tribuna la que celebraba más cálida y ruidosamente los goles del Alianza Lima.
La idea de estos jóvenes fundadores fue organizar la barra “oficial” del club de acuerdo con su identidad original. Para esto, deciden buscar o reclutar hinchas concentrando sus esfuerzos en La Victoria, distrito de gente “pobre”, “negra” y “obrera”, en el que se ubica el mítico origen del Alianza Lima. Es interesante notar cómo estos jóvenes, a manera de peregrinaje a la tierra santa, “recorrieron” La Victoria en busca de los auténticos aliancistas. Detrás de este primer grupo de fundadores se fue cultivando en la tribuna popular sur la “tradicional mística” aliancista. Los barristas comenzaron a reproducir en su local los ritos religiosos que realizaban los jugadores aliancistas antes de salir al campo. Prender velas, orar juntos y encomendarse al Señor de los Milagros: la imagen de un cristo pintado en la colonia por un esclavo negro. Además, el centro de la barra fue ocupado por un bombo, instrumento de percusión que marcaba con ritmos afroperuanos las canciones de aliento de la tribuna.
Durante los primeros años, el poder de la barra fue controlado herméticamente por este primer grupo de fundadores y sus seguidores más jóvenes, muchos de ellos llegados a las tribunas desde los barrios más populares como desde los de las clases medias, todos sumamente interesados en reproducir imaginariamente las raíces de la identidad aliancista. Pero también llegaron otros barristas que exigían “cambios”. Los miembros de un grupo disidente, de composición popular, los “Cabezas Azules”, fueron golpeados y expulsados de la tribuna sur. Otro grupo de clase media, “Los de Surco”, tuvo más éxito en proponer nuevos símbolos y estilos en la barra. Se reclamó principalmente que la barra fuera conducida por una directiva “democráticamente” elegida, que se reemplazaran las viejas canciones de influencia afroperuana por nuevos cánticos menos excluyentes y monótonos, y que se asumiera una actitud más agresiva contra los barristas del Universitario de Deportes, quienes estaban ampliando su influencia en los barrios populares, un terreno considerado ajeno al origen de este club rival.
El principal éxito de los “innovadores”, que cuestionaron y se enfrentaron a la “tradicional mística” aliancista, fue el cambio de nombre de la barra. En efecto, las versiones recogidas señalan que los jóvenes que se hacían llamar “Los de Surco” se convirtieron en una especie de “comando”, encargado de realizar acciones de amedrentamiento contra barristas rivales. Siguiendo el ejemplo de una barra italiana denominada “Comando Tigre”, “Los de Surco” llevaron al estadio banderolas con el nombre de “Comando Sur”. Poco a poco ese nombre y ese estilo beligerante se impusieron en la tribuna. Rápidamente, jóvenes de todos los sectores sociales se identificaron con la emoción de confrontar violentamente a los barristas de los equipos rivales para robarles sus banderas y luego mostrarlas como trofeos de guerra. De un momento a otro la barra entera fue conocida como el “Comando Sur”, lo que fue plasmado en la bandera principal que se colocaba al centro de la tribuna. El antiguo nombre, “Asociación Barra Aliancista”, pasó a designar al grupo de herederos de los fundadores y a los nuevos jóvenes interesados en cultivar el aspecto más “tradicional” del club Alianza Lima.
Los años noventa trajeron grandes transformaciones en la tribuna sur. La barra del Alianza Lima se convirtió en un fuerte polo de atracción para cientos de jóvenes miembros de “pandillas” articuladas territorialmente. Estos jóvenes hicieron suyos los símbolos y estilos propuestos por “Los de Surco”. Así, esas osadas acciones de pequeño grupo, tipo “comando”, se convirtieron en multitudinarias caminatas callejeras en las que cientos de jóvenes armados de piedras, palos y cuchillos transitaban la ciudad en búsqueda de los hinchas del Universitario de Deportes para borrar sus emblemas dibujados en las paredes, robarles sus banderolas, golpearlos alrededor de los estadios, cometiendo toda clase de atropellos en contra de la propiedad privada y pública.
Actualmente, el grupo más fuerte de la barra del Alianza Lima es “Barraca Rebelde”, un grupo de jóvenes del distrito de La Victoria. En 1997, este grupo estuvo conformado por jóvenes de distintos barrios de ese distrito, quienes dieron una especie de “golpe de estado” arrebatando por la fuerza el poder a los adultos y jóvenes herederos del grupo fundador. Desde ese momento, “Barraca Rebelde” articuló alrededor suyo una extensa red de grupos y “pandillas” provenientes de casi todos los distritos de Lima, incluyendo distritos pobres, de clase media e incluso alta y hasta provincias.
Antiguos miembros de “Barraca Rebelde” recuerdan que el nombre se inspira en las oscuras barracas en las que dormían los esclavos negros en los tiempos de la colonia. Esta permanencia del elemento “negro” en la identidad de la barra aliancista se expresa también en los nombres de decenas de grupos diferentes que emplean la palabra “ne-gro” al revés: “Gro-Ne” —por ejemplo, “Chimbote Grone” y “Callao Grone”—. Del mismo modo, cuando “Barraca Rebelde” tomó el poder, se preocupó por cultivar el rito que los más antiguos de la barra (a quienes ellos arrebataron el poder) realizaban semana a semana antes de un partido: las oraciones cristianas, la veneración al Señor de los Milagros y el canto del himno aliancista en sus reuniones. En conclusión, podemos observar cómo los barristas han seguido el estilo de los “innovadores”, pero sin desechar esa intimidad, característica de las barracas y de los barrios de negros, que aún parece seguir viviendo en sus corazones.
 
Trinchera Norte
La barra del club Universitario de Deportes se organizó en 1968 cuando un grupo de estudiantes de clases medias y altas del Colegio Jesuita “Inmaculada”, residentes en el exclusivo distrito de San Isidro, decidieron, espontáneamente, asistir cada vez más seguido al estadio (específicamente a la tribuna occidente) para alentar a su equipo. Con el paso del tiempo, el grupo de hinchas se hacía cada vez más numeroso resultando difícil congregar a todos en la costosa tribuna “occidente”. Por ello, deciden migrar hacia la tribuna “oriente” (menos costosa que occidente, pero más costosa que las tribunas populares) donde no había restricciones de espacio ni de movimiento. En esta tribuna pasó algo inesperado para los estudiantes de San Isidro: cada fin de semana se plegaban más hinchas, se multiplicaban las banderas y las canciones sonaban más fuerte. Ese fue el origen de la barra “oficial” del club, ubicada en la tribuna oriente. Durante muchos años, esta barra estuvo conformada por jóvenes y adultos de clases medias que prepararon y ejecutaron elaboradas coreografías y coordinados gritos de aliento.
El principal problema de los barristas del Universitario de Deportes fue el constante hostigamiento que sufrían por parte de los barristas de Alianza Lima ubicados en la tribuna popular sur: robo de banderolas, sabotajes a sus coreografías y golpizas alrededor de los estadios. Los aliancistas parecían estar mejor preparados para el manejo de situaciones violentas y las presiones callejeras. Pero también fue importante la decisión de los líderes de la barra del Universitario de Deportes de no confrontar físicamente a los aliancistas, sino diferenciarse como un grupo de “hinchas decentes”. Existía la idea que contestar los insultos y provocaciones de los agresores significaba descender al nivel poco civilizado del enemigo. De esta manera, para mantener la “decencia” de la tribuna oriente, los líderes de la barra no dudaron de hacer operaciones de “limpieza” suspendiendo y expulsando a los barristas que consumían drogas o alcohol, que insultaban a los jugadores o que respondían violentamente las provocaciones de la tribuna sur.
En 1989, un grupo de jóvenes barristas de oriente, descontentos con el liderazgo oficial de la barra a la que acusaron de “pasiva” y “aburguesada”, decidieron romper con ella y migrar hacia la tribuna popular norte para ocuparla y reclamarla como suya. Hasta ese momento, norte era la única tribuna “vacía” simbólicamente, ya que ningún grupo de hinchas la reclamaba como suya. Se trataba de una tribuna ocupada indistintamente por hinchas de varios equipos, dependiendo de los partidos jugados, los cuales fueron violentamente desalojados por los barristas del Universitario de Deportes.
El propósito de estos barristas fue crear una fuerza que pudiese enfrentar a los rivales aliancistas, al mismo tiempo que rompiera con la idea del Universitario de Deportes como el club de los “blancos” y los “ricos”. El reto para estos barristas fue hacer más “popular” (en el sentido de acercamiento al pueblo) la identidad del equipo, resaltando la heterogénea composición de su hinchada. Para ello, los barristas instalados en la tribuna norte rescataron de la identidad original la idea de la “fuerza” o el “empuje” como estrategia para alcanzar el éxito. Idea que se contiene actualmente en la frase “Garra Crema” y el rostro de “Lolo” Fernández, el “cañonero”, como icono distintivo en polos y banderolas. De alguna manera, esta es la misma estrategia de “fuerza” que utilizaron los jugadores del Universitario de Deportes en el primer clásico de 1928, cuando enfrentaron a un rival que todos consideraban superior. A fines de los años ochenta, el reto fue adueñarse, a cualquier costo, de la última tribuna popular sin identidad definida, para desde allí hacerle frente a un enemigo, en ese entonces, superior: la barra del Alianza Lima.
La necesidad de consolidarse en la tribuna norte, y desde allí llegar a los barrios populares, explica, en parte, por qué durante los primeros años de la década del noventa muchos barristas se sintieron atraídos por símbolos de proyectos políticos “intolerantes” o “radicales”, como por ejemplo la esvástica Nazi. Este símbolo aparece hasta hoy en banderas, camisetas y graffiti hechos por miembros de la barra. Esta atracción se encuentra también en los nombres de algunos de sus grupos, como por ejemplo el grupo “Ultras Cremas” (en alusión al ejército Nazi), y el grupo “Holocausto” del distrito del Rímac (en alusión al holocausto Nazi).
Del mismo modo, en 1993 los miembros de la barra norte del Universitario de Deportes adoptaron el nombre de “Trinchera Norte”, inspirados en los militantes de Sendero Luminoso que desde el interior de las cárceles resistían a las fuerzas del orden en las denominadas “Trincheras Luminosas”. Al año siguiente, en 1994, la directiva de la barra se auto denominó la “Cúpula”, el mismo nombre con el que la policía y la prensa se referían al Comité Central de Sendero Luminoso. Igualmente, en 1995, otro grupo de barristas se autodenominó “El Buró”, nombre de la Comisión Política del mismo movimiento subversivo.
De acuerdo a nuestra investigación, la apelación a la esvástica Nazi, y los nombres inspirados en el fuego cruzado entre militares y subversivos, fue realizada libre de contenidos políticos. En realidad se trató de recursos simbólicos para expresar la “radicalidad” y la “violencia” del proyecto que le daba sentido a sus vidas. Fue una versión de fin de siglo de las ideas de “fuerza” y “empuje”, ensayadas por primera vez en la década del veinte en defensa de los colores del equipo dentro de su gran proyecto: romper con la barra oficial instalada en la tribuna oriente y construir una nueva, casi de la nada y contra todos.
 
Conclusiones
La primera conclusión de este trabajo es que los contenidos y los símbolos de identidad que se construyen alrededor de los equipos de fútbol son una suerte de estructuras culturales que permiten reducir la complejidad social que agobia a los individuos en determinado contexto histórico, y que los ayuda a definir con gruesos trazos quiénes son ellos y qué representan2. La vida social es sumamente compleja: múltiples pertenencias, lealtades cruzadas, mezclas y fronteras borrosas. El fútbol permite imaginar un escenario social más simple, con menos matices y grandes distancias: de un lado el club de los negros, junto con el cristo moreno, compuesto por jugadores hábiles y bohemios que hacen vibrar a los más pobres de la ciudad. Del otro lado, el club de los estudiantes vistos como la posibilidad de forjar ciudadanos modernos, decentes, blancos y disciplinados que harían del Perú finalmente una nación moderna, similar a la sociedad europea añorada. En este proceso estas narrativas sirven como recursos culturales para cohesionar a los hinchas y dar forma a sus sentimientos y emociones.
La segunda conclusión es que desde un inicio han sido grupos y redes de aficionados, periodistas, dirigentes, socios y trabajadores congregados alrededor de cada club, los que crean los contenidos de identidad sobre sí mismos y sobre los rivales. Estos transmiten
generacionalmente estos contenidos a otros grupos e individuos que se van incorporando a estas comunidades emocionales del fútbol. La rivalidad se mantiene, mejor dicho, se radicaliza, con el tiempo, pero en este proceso han perdido peso los factores de identidad fuertemente enraizados en criterios de clase, territorio y etnicidad, frente a apelaciones más generales, emotivas y transversales.
Finalmente, la última conclusión señala que los aficionados organizados en las barras de fútbol constituyen formas de afirmación de, y cuestionamiento a, las identidades fundacionales de los clubes. La historia de Comando Sur está marcada por la lucha entre una generación joven que quiso “modernizar” la barra (tarea que necesariamente pasaba por la “democratización” y el intento por superar las fronteras de lo “negro”), contra una generación mayor que se sentía cómoda dentro de una tradición “patrimonialista” y “negra”. El resultado de dicha confrontación fue una mayor apertura simbólica, sin abandonar la idea de “intimidad” como forma distintiva de organización interna. Esta forma de relacionarse hacia adentro del grupo (representada a través del “corazón” como símbolo central), es sostenida hoy en día por miles de hinchas y barristas sin importar la clase social o el color de la piel.
Los fundadores de Trinchera Norte cuestionaron el estigma “blanco” y “decente” para lo cual rompieron con la barra oficial del club instalada en la tribuna oriente y conquistaron violentamente la tribuna popular norte. Para ello tomaron la “garra” (histórica característica de los jugadores de Universitario de Deportes) como el elemento central de su discurso. Esta forma de relacionarse con los rivales (que se ha expresado en símbolos como la esvástica Nazi y nombres como “Trinchera” o “Cúpula”), igualmente, es sostenida hoy en día por miles de hinchas y barristas sin importar la clase social o el color de la piel.
 




 
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